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viernes, 9 de octubre de 2015

LA HERIDA (la intención era buena)

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Fernando Franco, filma una película que nos recuerda al cine de Haneke, pero sólo en la parte aburrida, pues a pesar de la buena crítica por parte de la academia, es evidente que algo falla.

Las interpretaciones están correctas, y el papel de Marian Álvarez es muy acertado, pero poco más. La cámara va pegada a su cara  y su nuca constantemente sin dejar oxigenar al espectador, y si bien puede ser una forma de agobiar al espectador, también lo es para aburrirle. Los excesos no son buenos, y en este film hay un exceso de rostro de Marian.

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La historia se centra en su desdichada existencia sin dar lugar a más trama, tampoco se desarrolla, no va ni para atrás ni para adelante, simplemente da vueltas a lo mismo dejando ver que su madre está divorciada, que su novio ya no quiere volver con ella y que su padre es feliz con su nueva vida… en definitiva, que su vida ha tocado fondo.

Cuando nos enfrentamos a una película de estas características no sirve sólo ampararse en el método de rodaje, sino ofrecer al público algo más, un aliciente, un par de tramas desarrolladas, o un avance en el guión que enganche o haga pensar al espectador, y que de alguna forma interactúe pensando en cómo solucionaría él los problemas del personaje, o sentirse identificado de alguna manera con el personaje.

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Técnicamente es muy pobre, y no pobre en el sentido económico, sino en la utilización de los objetivos y de la iluminación, que aunque se pretenda dejar luces realistas como, de nuevo lo hace Haneke, existe una sutil diferencia entre aparentar y ser… y es que en el cine la luz puede aparentar ser pobre, pero no serlo, y en esta fotografía se ve un déficit que incluso afecta al formato digital en las tomas oscuras.

Podemos destacar a la actriz protagonista que lleva todo el peso de la cinta… un objetivo constante en su cara que llega a causar claustrofobia, y que a pesar de eso Marian puede equilibrar con su interpretación.

Se echa de menos ampliar planos, sentir las localizaciones, y aprovechar las calles gélidas del invierno en la ciudad, así como conocer algunos personajes que rodean la historia.

El constante balanceo de una cara a otra en los diálogos se hace pesado y monótono, y el sonido a veces es incorrecto, por ejemplo  en la escena donde Luis Callejo habla con “la mudita” en el sofá, donde no se entiende nada porque la música de fondo se come los diálogos.

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También hay deslices, como dejar en plano la quemadura del cigarro (se quema el hombro) cuando se denota que no hay quemadura… este tipo de detalles te sacan de la película.

La cinta deja mucho que desear, no vale con profundizar de una manera autodidacta, el espectador necesita captar mensajes más directos y menos rebuscados. Todo esto parece un intento de cine con la marca Michael Haneke o Giorgos Lanthimos, un intento que, sin embargo, de cara a la academia de cine español, le ha salido muy bien.

Por Isaac Berrokal

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