No soy un gran amante de la saga Alien, digamos que la primera es la película con la que me quedo, ni una sola más, pero siempre me resulta interesante acercarme al cine a ver como “evoluciona”, y si la dirige Scott, mucho mejor.
En esta ocasión la cinta me ha resultado tan saturada de “bichos” digitales, que me he empezado a aburrir desde el primer encuentro con el Alien “campestre”.
Si hay algo que pienso que nunca debe ocurrir, es enseñar al monstruo al poco de empezar la película, a pesar de conocer ya a nuestro viejuno amigo, con esto ya te has cargado la intriga, el misterio y la incertidumbre.
En esta nueva entrega la sangre corre a borbotones, el gore y la acción se hace presente, y en los momentos de anticlímax nos aburrimos sobremanera por lo continuos cortes de ritmo. Ridley mezcla la poesía de un androide queriendo ser Dios, con el espectáculo más vulgar del cine de terror, la sangre sin medida, y la balanza se inclina finalmente a lo chabacano.
A parte creo que abusa del ordenador, y el ojo sigue detectando que es mentira por su falta de credibilidad en cuanto a inercia y movimientos varios, sacándote así de la historia. Hay momentos en los que mi cerebro desconectaba y regresaba al estimulo de un disparo, un grito o un destello, y esto es un fatal síntoma de aburrimiento.
Las incoherencias son destacables, no puedo entender como en una nave tan robusta, los cristales se rompan con tanta facilidad, y es que el tema de los Aliens rompecristales es un recurso demasiado recurrente en el film como para dejarlo pasar.
En definitiva me parece de lo peorcito de la saga, aunque las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno.
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